OFICIALES Y TROPA
OFICIALES
Legatus: generalmente un senador designado por el emperador.
Tribunus laticlavius: era el tribuno en jefe, aristócrata que cumplía un corto período de servicio militar, antes de entrar en el Senado (se distinguía por una amplia franja pírpura en la túnica).
Tribuni angusticlavii: pertenecian a la clase media alta y generalmente se ocupaban de tareas puramente administrativas (se distinguía por una estrecha franja púrpura en la túnica). Había 5 en cada legión.
Preafactus castrorum: por regla general una persona de edad avanzada que había pasado por el rango de primus pilus tras una vida entera dedicada al servicio de armas. Su misión consistia en tomar el mando de la legión en ausencia del legatus y del tribuno en jefe.
Accensus: cualquier oficial público que atendió sobre varios de los magistrados romanos; o una especie de soldado de supernumerario que sirvió para llenar los sitios de oficiales muertos o incapacitado (inutilizado) por sus heridas en la República romana.
Decurio: oficial de caballería de las unidades montadas auxiliares, al mando de una turma o escuadrón de 30 jinetes.
Centurion: oficial de graduación media y baja. La armadura era plateada, llevaba grebas y el penacho del casco estaba dispuesto transversalmente. Su espada y daga estaba colocada en el lado opuesto al del legionario. Cada legión contaba con 59 centuriones con su respectiva jerarquía (5 en la primera cohorte y 54 de la segunda a la décima cohorte). Primus Pilus (1), Primi Ordinis (4) y Pilus Prior (54).
Optio: era el lugarteniente del centurión.
Duplicarius: era un oficial de las legiones romanas que bien por méritos o por prestar servicio en el ejército por tiempo prolongado, recibía el doble de la paga básica. El término designa con frecuencia al segundo al mando de una centuria o turma.
Aquilifer: portaba un aguila y del que sólo había uno en cada legión.
Signifer: a razón de uno por centuria, portaban la enseña de cada una.
Tesserarius: depositario del santo y seña.
Imaginifer: portador de la imagen del emperador.
Vexillarius: portaba la bandera de los destacamentos enviados a otros lugares.
Cornicen: corneta.
Tubicen: trompeta.
TROPA
Adscripticius: un soldado de supernumerario de la República romana que sirvió para llenar los sitios de los oficiales que fueron matados o incapacitados (inutilizados) por sus heridas.
Antesignani: tropas de Vanguardia. Antesignani quiere decir " aquellos antes del estandarte " (Signus, Signum).
Auxilia: las tropas en el ejército romano de los últimos períodos Republicanos e Imperiales que al principio se quedaron en su provincia, pero fueron formalizadas y más tarde tomaron el papel de apoyo de especialista que provee a las legiones. Un ejemplo sería el arquero sirio.
Honderos baleares: honderos Expertos de las Islas Baleares de la costa mediterránea de la España moderna.
Bucelarii: una unidad de soldados en el tardío Imperio romano e Imperio bizantino, que no fue apoyado por el estado, sino más bien por los individuos como un general o el gobernador.
Cataphractarii: soldados de caballería pesadamente armados y con una armadura también muy pesada, adoptados del Partos y primero desplegado por los Romanos en el siglo II durante el reinado de emperador Adriano. Se los conocía por el nombre de "jinetes de hierro" a causa de su armadura que cubría jinete y caballo por completo. Era una caballería del Imperio de Oriente.
Classiarii: Marineros romanos.
Celeres: una fuerza de 300-500, probablemente la caballería que sirvió como un guardaespaldas a los tempranos reyes romanos, durante la monarquía. Su nombre Celer significa en latino "el rápido".
Clibanarii: una unidad militar de jinetes pesados armados similares al Catafractos. Como estos anteriores, vestían una pesada armadudura y utilizaban un mazo como arma. Unidad del Imperio romano de Oriente.
Cohortes urbanae: una unidad de policía de la Roma urbana y que llegó a contrapesar el poder de la guardia pretoriana.
Comitatenses: el legionario estándar después de que las reformas de Constantino. Su nombre proviene del "comité" (de aquí la palabra conde) que era el oficial que los dirigía.
Comitatenses Palatini o Auxilia Palatina: ejército de campo del tardío Imperio romano que era único ya que siempre estaba bajo el mando directo del Emperador romano. Contítuian una guardia palaciega aunque también operaba en campaña. Más o menos 1 de cada 5 miembros era bárbaro.
Dromedarii: unidad a camello como fuerzas auxiliares reclutadas en las provincias de desierto del Imperio romano del este.
Equites: tropas de caballo romanas ciudadanas establecidas en la clase romana ecuestre.
Evocati: Soldados veteranos que se reenganchaban para servir bajo las órdenes de su antiguo general.
Foederati: soldados proporcionados por tribus bárbaras a cambio de dinero.
Frumentarii: el servicio secreto del Imperio romano.
Hastati: la primera línea de batalla en el Ejército romano Republicano antes de las reformas de Mario.
Herculiani: la guardia imperial de los Emperadores del Imperio romano de 284 hasta 988 establecida por el emperador Diocleciano.
Ioviani (también se les llamó Jovianos): la guardia imperial de los Emperadores del Imperio romano de 284 hasta 988 establecida por el emperador Diocleciano. Su nombre proviene del dios Jove.
Lancearii: lanzeros de campaña enviados para que apoyaron el comitatenses. Se cree que llegaron a ser una unidad de élite.
Latini: las tropas aliadas de la República formadas por no ciudadanos que vivían en ciudades aliadas latinas.
Limitanei: creados por el emperador Constantino eran una unidad fronteriza, similares a los auxiliares de los primeros siglos del Imperio romano, que tenían como función repeler a las invasiones bárbaras hasta que llegásen los cominatenses.
Lanzeros Menapian: menos numerosos y los mejores mercenarios auxiliares.
Arqueros Nabateos: arqueros Auxiliares reclutados en Nabataea, en lo que es ahora Jordania.
Pedites: la infantería del temprano ejército del reino romano. La mayoría del ejército en este período.
Praetorians o Pretorianos: una fuerza especial de guardaespaldas usados por Emperadores romanos, disueltos por Constantino. Formaron la guardia pretoriana.
Príncipes: la segunda línea de batalla en el Ejército romano Republicano antes de las reformas de Mario.
Rorarii: la línea final, o de reserva, en el ejército republicano de antes de Mario. Estos fueron quitados aún antes de las reformas como el Triarii proporcionó un reserva muy robusta.
Sagittarii: arqueros, incluyendo arqueros auxiliares que montan caballo reclutados principalmente en el Imperio Oriental y África.
Scholae Palatinae: una tropa de la élite de soldados en el ejército romano creado por el Emperador Constantino el Grande para proporcionar la protección personal del Emperador y su familia. Eran los sustitutos de la guardia pretoriana.
Speculatores: los exploradores y el elemento de reconocimiento del ejército romano.
Supernumerarii: una especie de soldado de supernumerario que sirvió para llenar los sitios de los muertos o incapacitado por sus heridas.
Triarii: la tercera línea estándar de infantería del ejército de la República romana
Vélites: una clase de infantería ligera en el ejército de la República romana. Lanzaban jabalinas.
Vigiles: los bomberos y la policía de Roma Antigua.
HISTORIA DE LAS CAMPAÑAS MILITARES ROMANAS
En primer lugar, el ejército
romano luchó contra sus vecinos tribales y los pueblos etruscos de
Italia; posteriormente llegó a dominar gran parte del Mediterráneo y más allá,
incluyendo la provincia de Britania y Asia Menor en el apogeo del Imperio. Al igual que sucedió con la mayoría de
las civilizaciones antiguas, el ejército de Roma sirvió para el triple
propósito de asegurar sus fronteras, explotar las zonas periféricas mediante
medidas tales como imponer tributos sobre los pueblos conquistados, y mantener
el orden interno.
Desde el principio, el
ejército romano tipificó esta pauta y la mayoría de las campañas de Roma
estuvieron caracterizadas por uno de estos tipos: el primero es la campaña
territorial expansionista, que normalmente empezaba en forma de contraofensiva, en la que
cada victoria con llevaba la subyugación de grandes extensiones de territorio y
que permitió a Roma pasar de ser un pequeño pueblo al tercer imperio más grande
del mundo antiguo, abarcando casi la cuarta parte de la población mundial; el
segundo son las guerras civiles, que azotaron a Roma con frecuencia desde su misma fundación
hasta su desaparición final.
Los ejércitos romanos no eran
invencibles, a pesar de su formidable reputación y el gran número de sus
victorias. Durante siglos, los romanos «produjeron su propia ración de
incompetentes» que condujeron a sus ejércitos a
derrotas catastróficas. No obstante, el destino de los mayores enemigos de
Roma, como Pirro y Aníbal, solía ser el de ganar las batallas pero perder la guerra. La
historia de las campañas romanas es, ante todo, la historia de una persistencia
obstinada que supera terribles derrotas.
Monarquía y primeros años de la República (756-459 a. C.)
Roma es casi única en el
mundo antiguo en el sentido de que su historia, militar o no, está documentada
en gran detalle casi desde la misma fundación de la ciudad hasta su final.
Aunque, tristemente, algunas historias se han perdido, como el relato de Trajano de las guerras dacias, y otras,
como las primeras historias de Roma, son como mínimo medio apócrifas, los
relatos existentes de la historia militar de Roma son sin embargo extensos.
La primera de las historias,
de la época en la que Roma se fundó como una pequeña villa tribal, hasta la caída de los reyes de Roma, es la que peor preservada está. Esto es, porque, aunque los
primeros romanos solo sabían escribir hasta cierto punto, o bien carecían de la
voluntad necesaria para registrar su historia, o bien las historias que
registraron se perdieron.
La primera campaña, si se
puede llamar así, en la que lucharon los romanos según este relato legendario
es el rapto de las mujeres de varias villas cercanas, habitadas por el pueblo sabino, con el
propósito de «engendrar a sus hijos»,
un suceso conocido como el rapto de las sabinas. De acuerdo con Livio, la villa sabina de Caenina respondió
primero invadiendo territorio romano, pero fue repelida y la ciudad capturada.
Luego, los sabinos de Antemnae fueron derrotados de manera similar y también los sabinos de Crustumerium. El grupo principal restante de los sabinos atacó Roma y capturó
brevemente su ciudadela, pero fueron repelidos. Hubo más guerras contra Fidenas, Veyes, Alba Longa, Medulia, Apiola, y Colacia.
Bajo los reyes etruscos Lucio Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio, Roma se expandió hacia el noroeste, entrando en conflicto de
nuevo con Veyes tras la expiración del tratado que había terminado con su guerra
anterior. Hubo otra campaña más contra Gabii y más
tarde contra los rútulos. Los reyes etruscos fueron derrocados como parte de una reducción más amplia del poder etrusco en la
región durante este periodo; Roma se reformó como república, una forma de gobierno basada en la representación popular, en contraste
con el anterior reinado autocrático.
Primeras
campañas italianas (458-396 a. C)
Las primeras guerras romanas
no apócrifas fueron guerras de expansión y defensa cuyo objetivo era proteger a
Roma de las ciudades y naciones vecinas y establecer su territorio en la
región.
Aunque las fuentes discrepan,
es posible que Roma fuera sitiada dos veces por los ejércitos etruscos en este
periodo: la primera vez alrededor del 509 a. C. bajo el recién depuesto
rey Tarquinio el Soberbio; y de nuevo en 508 a. C. por el etrusco Lars Porsenna.
Inicialmente, los vecinos
inmediatos de Roma eran pueblos o villas latinas, con un
sistema tribal similar al de Roma, o bien sabinos tribales de los montes Apeninos y más
allá. Uno tras otro, Roma venció a los persistentes sabinos, a las ciudades
locales que estaban bajo control etrusco y a los pueblos latinos que habían
desechado a sus gobernantes etruscos (como había hecho Roma).
Roma venció a los lavinios y a Tusculum en la batalla del Lago Regilo en 496 a. C., a los sabinos en una
batalla desconocida en 446 a. C., a losecuos en la batalla del Monte Álgido en 458 a. C. y en la batalla de Corbione en 446 a. C., a los volscos en
la batalla de Corbione en 446 a. C. y la captura de Antium en 377 a. C., a los auruncos en la batalla de Aricia, y a los veyentes en la batalla del Crémera en 477 a. C., la captura de Fidenas en
435 a. C. y el sitio de Veyes en
396 a. C. Tras vencer a los veyentes, los romanos habían completado
efectivamente la conquista de sus vecinos etruscos inmediatos, además de
asegurar su posición contra la amenaza inmediata que suponían los pueblos de
los montes Apeninos.
Sin embargo, Roma controlaba
todavía un área muy limitada; los asuntos de Roma tenían poca importancia incluso
en el contexto de Italia. Por ejemplo, los restos de los veyentes se encuentran
enteramente en el interior de los suburbios de la Roma moderna y los asuntos de Roma solo empezaban a llamar la atención de los
griegos: la fuerza cultural dominante en esa época. En ese momento, la mayor
parte de Italia seguía en manos de los latinos, los sabinos, los samnitas y otros
pueblos de la parte central de Italia, de las colonias griegas del sur
y, sobre todo, de los pueblos celtas,
incluyendo los galos, por el norte. En esta época, la civilización celta era vivaz,
estaba creciendo en fuerza y territorio y se extendía, aunque sin cohesión, por
gran parte de la Europa continental. Fue a
manos de los celtas galos que los romanos sufrirían una humillante derrota que
retrasaría su avance y dejaría huella en la conciencia romana.
Invasión celta de Italia
(390-387 a. C.)
Alrededor de
390 a. C., varias tribus galas habían empezado a invadir Italia desde
el norte al ir expandiéndose su cultura por toda Europa. Esto era prácticamente
desconocido para los romanos de esa época que todavía tenían intereses
puramente locales; pero los romanos se alertaron cuando una tribu especialmente
guerrera, los senones, invadió
la provincia etrusca de Siena desde el norte y atacó la ciudad de Clusium, no muy
alejada de la esfera de influencia romana. Los habitantes de Clusium, abrumados
por el tamaño del enemigo en número y ferocidad, pidieron ayuda a Roma. Quizás
sin pretenderlo, los romanos no se encontraron solo en conflicto con los
senones, sino como su objetivo principal. Los romanos fueron a su encuentro en
una batalla campal, la batalla de Alia, alrededor del 390-387 a. C. Los galos vencieron al
ejército romano, de unos 15.000 hombres, y continuaron persiguiendo a los
romanos que huían hasta la propia ciudad de Roma, que saquearon parcialmente
hasta que fueron, o bien repelidos, o bien sobornados.
Ahora que los romanos y los
galos habían derramado la sangre uno del otro, la actividad guerrera entre ambos
continuaría en Italia durante más de dos siglos, incluyendo la batalla del Anio, la batalla del Lago Vadimón, la batalla de Faesulas en 225 a. C., la batalla de Telamón en 224 a. C., la batalla de Clastidio en
222 a. C., la batalla de Cremona en 200 a. C., la batalla de Mutina en 194 a. C., la batalla de Arausio en 105 a. C. y la batalla de Vercelae en 101 a. C. El problema celta no se resolvería para
los romanos hasta la subyugación final de todos los galos tras la batalla de Alesia en 52 a. C. Con Julio Cesar.
Expansión romana en Italia
(343-282 a. C.)
Tras recuperarse con sorprendente
rapidez del saqueo de Roma, los romanos retomaron inmediatamente su expansión
por Italia. A pesar de sus éxitos hasta el momento, su dominio del conjunto de
Italia no estaba asegurado de ninguna manera en aquel momento: los samnitas eran un
pueblo tan marcial y tan rico como el romano y con un objetivo propio de asegurarse más tierras
en las fértiles planicies italianas sobre las que se encontraba la propia
Roma. La primera guerra samnita, que tuvo lugar entre el 343 a. C. y el
341 a. C. y fue consecuencia de las incursiones generalizadas de los
samnitas en el territorio de Roma, fue un episodio relativamente corto: los
romanos vencieron a los samnitas tanto en la batalla del Monte Gauro, en 342 a. C., como en la batalla de Suessula, en 341 a. C., pero tuvieron que retirarse de la guerra
antes de terminar con el conflicto debido a la revuelta de varios de sus
aliados latinos en la segunda guerra latina.
Roma, por tanto, se vio
forzada a enfrentarse alrededor del año 340 a. C. contra las
incursiones samnitas en su territorio y, simultáneamente, a participar en una
agria guerra contra sus anteriores aliados. Roma venció a los latinos en la batalla del Vesubio y de nuevo en la batalla de Trifano, tras lo cual las ciudades latinas quedaron obligadas a someterse
al gobierno romano. Quizás debido al trato indulgente que le dispensó Roma a su
enemigo vencido, los latinos se sometieron muy amigablemente al gobierno romano
durante los siguientes doscientos años.
La segunda guerra samnita, del 327 a. C. al 304 a. C., fue mucho más
larga y un acontecimiento mucho más serio tanto para los romanos como para los
samnitas
—duró más de veinte años y constó de veinticuatro
batallas que produjeron cuantiosas bajas en ambos bandos—. La fortuna de
ambos contendientes fluctuó durante el curso de la guerra: los samnitas tomaron
Neapolis en el 327 a. C.72 y los romanos la
recuperaron antes de perder en la batalla de las Horcas Caudinas y en la batalla de Lautulae. Luego los romanos resultaron victoriosos en la batalla de Boviano y la marea corrió fuertemente en contra de los samnitas a partir
del 314 a. C. en adelante, llevándoles a pedir la paz en términos
cada vez menos generosos. En 304 a. C. los romanos se habían
anexionado la mayor parte del territorio samnita, fundando varias colonias.
Este patrón de ir al
encuentro de las agresiones y ganar terreno casi inadvertidamente en
contraataques estratégicos terminaría convirtiéndose en una característica
común de la historia militar de Roma.
Siete años después de su
derrota, con un dominio de Roma sobre la zona que parecía asegurado, los
samnitas se alzaron de nuevo y vencieron a los romanos en la batalla de Camerino en 298 a. C., comenzando así la tercera guerra samnita. Con este éxito consiguieron reunir una coalición de varios
enemigos anteriores de Roma, de los que probablemente todos deseaban evitar que
ninguna de las facciones dominara toda la región. El ejército que se enfrentó a
los romanos en la batalla de Sentino 73 en
295 a. C. incluía a los samnitas, los galos, los etruscos y los
umbros. Cuando el ejército romano obtuvo una convincente victoria sobre estas
fuerzas combinadas, debió quedar claro que poco se podía hacer para evitar el
dominio romano de Italia. En la batalla de Populonia, en 282 a. C., Roma terminó con los últimos vestigios
del poder etrusco en la región.
Guerra pírrica
(280-275 a. C.)
Al final del siglo
III a. C. Roma se había establecido como la gran potencia de la península itálica, pero todavía no había entrado en conflicto con las potencias
militares dominantes del Mediterráneo de la época: Cartago y los reinos griegos. Roma
había vencido completamente a los samnitas, dominaba
a sus pueblos latinos compañeros y había reducido en gran medida el poder etrusco en la
región. Sin embargo, el sur de Italia estaba controlado por las colonias
griegas de la Magna Grecia, que habían sido aliadas de los samnitas, y la continua expansión
de Roma hizo surgir el inevitable conflicto.
Cuando, tras una disputa
diplomática entre Roma y la colonia griega de Tarento, estalló
una guerra abierta en la batalla naval de Turios, Tarento
pidió ayuda militar a Pirro, rey de Epiro. Motivado por
sus obligaciones diplomáticas con Tarento y un deseo personal de realización
militar, Pirro trasladó un ejército griego de unos 25.000 hombres y un contingente de elefantes de guerra en
280 a. C. a suelo italiano, donde sus fuerzas se unieron a algunos
colonos griegos y una parte de los samnitas que se
rebeló contra el control romano.
El ejército romano todavía no
había visto elefantes en batalla y su inexperiencia inclinó la
balanza en favor de Pirro en la batalla de Heraclea, en 280 a. C. y de nuevo en la batalla de Asculum en 279 a. C. A pesar de estas victorias, la posición de
Pirro en Italia era insostenible. Roma rechazó firmemente negociar con Pirro
mientras su ejército permaneciera en Italia. Además, Roma firmó un tratado de
apoyo mutuo con Cartago y Pirro descubrió que, contrariamente a sus expectativas, ninguno
de los otros pueblos itálicos se uniría a la causa griega y samnita. Al sufrir
unas pérdidas inaceptables en cada enfrentamiento con el ejército romano y no
lograr encontrar más aliados en Italia, Pirro se retiró de la península e hizo
campaña en Sicilia contra Cartago, abandonando a sus aliados a hacer frente a los
romanos por su cuenta.
Cuando su campaña siciliana
también terminó siendo un fracaso, a petición de sus aliados italianos, Pirro
volvió a Italia para enfrentarse a Roma una vez más. En 275 a. C.,
Pirro se enfrentó de nuevo al ejército romano en la batalla de Benevento. Esta vez los romanos habían ideado métodos para tratar con los
elefantes de guerra, incluyendo el uso de jabalinas, fuego y, según una fuente, simplemente golpear fuertemente a los
elefantes en la cabeza. Aunque la batalla de Benevento no fue decisiva, Pirro
se dio cuenta de que tantos años de campañas extranjeras habían agotado y
mermado a su ejército y, viendo poca esperanza de mayores ganancias, se retiró
completamente de Italia.
Sin embargo, los conflictos
con Pirro tendrían un gran efecto en Roma. Esta había demostrado ser capaz de
hacer frente a las potencias militares dominantes del Mediterráneo y demostró
con mayor seguridad que los reinos griegos eran incapaces de defender sus
colonias en Italia y en otras partes del extranjero. Roma ocupó rápidamente el
sur de Italia, subyugando y dividiendo la Magna Grecia. Dominando efectivamente
la península itálica y con una demostrada reputación
militar internacional, Roma empezó a mirar hacia afuera para expandirse más
allá del suelo italiano. Como los Alpes formaban una
barrera natural al norte y Roma no tenía interés en enfrentarse de nuevo a los
fieros galos en batalla, la mirada de la ciudad se volvió hacia Sicilia y las
islas del Mediterráneo, una política que los llevaría al conflicto directo con
su anterior aliado, Cartago.
Guerras púnicas
(264-146 a. C.)
Roma empezó a hacer la guerra
fuera de la península itálica en las guerras púnicas contra Cartago, antigua colonia fenicia de la costa norte
de África que se había desarrollado hasta ser un estado poderoso. Estas
guerras, que comenzaron en 264 a. C., fueron probablemente el mayor
conflicto de la Antigüedad y vieron a Roma convertirse en una
potencia mediterránea con territorios en Sicilia, África del Norte, España y, tras las guerras macedónicas, Grecia.
La Primera Guerra Púnica comenzó en 264 a. C., cuando las colonias griegas de
Sicilia empezaron a apelar a las dos potencias entre las que se encontraban
(Roma y Cartago) para resolver conflictos internos. Los deseos de Roma y
Cartago de verse implicados en los asuntos de una tercera parte podrían indicar
su voluntad de comprobar mutuamente su poder sin entrar en una guerra completa
de aniquilación; había ciertamente un considerable desacuerdo dentro de Roma
sobre la pertinencia de buscar la guerra.
La guerra comenzó muy pronto
en Sicilia, con batallas terrestres como la de Agrigento, pero el teatro de operaciones se trasladó después a las batallas
navales en las costas de Sicilia y África. Para los romanos, la guerra naval
era un concepto relativamente inexplorado. Antes de la primera guerra púnica,
en 264 a. C., no existía una armada romana como tal,
ya que todas las guerras anteriores de Roma se habían librado en Italia. La nueva guerra en Sicilia contra Cartago, una gran
potencia naval, forzó a Roma a construir rápidamente una flota y entrenar
marineros.
Roma se estrenó en la guerra
naval «como un ladrillo en el agua»
y las primeras batallas navales de la primera guerra
púnica fueron verdaderas catástrofes, como era razonable esperar de una ciudad
que no tenía una verdadera experiencia en guerra naval. Sin embargo, después de
entrenar a más marineros e inventar una máquina de abordar llamada corvus (en
español, cuervo), una fuerza naval romana bajo el mando de Cayo Duilio consiguió
derrotar contundentemente a una flota cartaginesa en la batalla de Milas. En solo cuatro años, un estado sin ninguna experiencia naval
había conseguido superar en batalla a una potencia marítima importante. Se
sucedieron otras victorias navales en la batalla de Tíndaris y la batalla del Cabo Ecnomo.
Tras haber ganado el control
de los mares, una fuerza romana desembarcó en la costa africana bajo el mando
de Régulo, que en principio fue victorioso, ganando la batalla de Adís y forzando a
Cartago a pedir la paz. Sin embargo, los términos de la paz que proponía Roma
eran tan duros que las negociaciones fracasaron y, en respuesta,
los cartagineses contrataron a Jantipo, un mercenario
de la marcial ciudad-estado griega de Esparta, para
reorganizar y liderar su ejército. Jantipo consiguió aislar al ejército romano
de su base y restablecer la supremacía naval de Cartago; luego venció y capturó
a Régulo en la batalla de Túnez.
A pesar de ser derrotados en
el suelo africano, con sus nuevas habilidades navales, los romanos vencieron
contundentemente de nuevo a los cartagineses en una batalla naval —en gran
parte mediante las innovaciones tácticas de la flota romana—,la batalla de las Islas Egadas, y dejando a Cartago sin flota y sin dinero suficiente para
construir una. Para una potencia marítima, la pérdida de su acceso al
Mediterráneo afectó financiera y psicológicamente y los cartagineses volvieron
a pedir la paz, durante la cual los romanos lucharon con los liguros y con los insubros.
La continua desconfianza
condujo a la renovación de las hostilidades en la Segunda Guerra Púnica, cuando Aníbal Barca, un
miembro de la familia Bárcida de la
nobleza cartaginesa, atacó Sagunto, una
ciudad con lazos diplomáticos con Roma. Luego Aníbal formó un ejército en España
y cruzó los Alpes italianos para invadir Italia. En la primera batalla en suelo
italiano, la batalla del Ticino, en
218 a. C., Aníbal venció a los romanos, bajo el mando de Escipión el Viejo, en una pequeña batalla de caballería. El éxito de Aníbal
continuó con las victorias en la batalla del Trebia, la batalla del Lago Trasimeno, y la batalla de Cannas, en lo que se considera una de las grandes obras maestras del
arte táctico; durante un tiempo «Aníbal parecía invencible», capaz de doblegar a los ejércitos romanos a voluntad.
En las tres batallas de Nola, el general romano Marco Claudio Marcelo consiguió contener a Aníbal, pero luego Aníbal aplastó a una
sucesión de ejércitos consulares romanos en la primera batalla de Capua, la batalla del Silaro, la segunda batalla de Herdonia, la batalla de Numistro y la batalla de Asculum. Por entonces, el hermano de Aníbal, Asdrúbal Barca, quería cruzar los Alpes hacia Italia y unirse a su hermano con
un segundo ejército. Aunque vencido inicialmente en España en la batalla de Baecula, el ejército de Cayo Claudio Nerón
venció a Asdrúbal en la batalla del Metauro.
Incapaces de vencer a Aníbal
por sí mismos en suelo italiano y con Aníbal atacando ferozmente la campiña
italiana pero poco dispuesto o incapaz de destruir la propia Roma, los romanos
tuvieron la audacia de enviar un ejército a África con la intención de amenazar
la capital cartaginesa. En 203 a. C., en la batalla de los Llanos del Bagradas, el ejército invasor romano, bajo el mando de Escipión el Africano, venció al ejército cartaginés de Asdrúbal Giscón y Sifax; Aníbal se retiró a África. En la famosa batalla de Zama, Escipión venció contundentemente, poniendo fin a la
segunda guerra púnica.
Cartago nunca consiguió
recuperarse tras la Segunda Guerra Púnica y la Tercera Guerra Púnica que siguió fue en realidad una simple misión punitiva para
arrasar la ciudad de Cartago hasta sus cimientos. Cartago estaba prácticamente
indefensa; cuando fue asediada, ofreció su rendición inmediata accediendo a una
serie de exigencias escandalosas por parte de Roma. Los romanos rechazaron la
rendición, exigiendo como un término de rendición más la completa destrucción
de la ciudad; viendo que no tenían mucho que perder, los cartagineses se
prepararon para luchar. En la batalla de Cartago, tras un breve asedio, la ciudad fue asaltada y completamente
destruida, y su cultura «casi totalmente
extinguida».
Guerras ilíricas
(229-219 a. C.)
Tras la primera guerra púnica, los romanos volcaron su actividad militar en intentar erradicar
la piratería que asolaba el mar Adriático. Detrás
de estos actos que hacían peligrar las rutas comerciales de los romanos estaba
la reina Teuta, señora de Iliria. Cuando los romanos intentaron entablar negociaciones con ella
mediante el envío de embajadores, Teuta dio orden de darles muerte, lo que
desembocó en un conflicto que se conoce como Primera Guerra Ilírica (229-228 a. C.). Durante la guerra, los cónsules Lucio Postumio Albino y Cneo Fulvio Centumalo, a la cabeza de un ejército, lograron vencer a los ilirios,
establecieron una gran parte del territorio como un protectorado romano y
coronaron monarca a Demetrio de Faros a fin de
que controlara a la reina Teuta.
Durante ocho años se mantuvo
la paz entre ilirios y romanos, pero en 220 a. C., Demetrio de Faros,
viendo que Roma estaba luchando contra los celtas de la Galia Cisalpina e
iniciando las hostilidades con Cartago (segunda guerra púnica) alimentó sus ansias expansionistas creyendo que Roma, que ya
estaba luchando con otros dos contendientes, no sería capaz de responder a una
ofensiva por su parte. Demetrio, a la cabeza de una flota de noventa navíos de
guerra, inició las hostilidades con Roma en 220 a. C., a pesar de que
habían sido los propios romanos los que le habían brindado la oportunidad de
acceder al poder. Este conflicto se conocería como Segunda Guerra Ilírica. Tras una serie de victorias sin importancia, Demetrio fue
derrotado por el almirante naval Lucio Emilio Paulo, padre del general Lucio Emilio Paulo
Macedónico, vencedor en la tercera guerra macedónica. Tras su derrota, Demetrio huyó a la corte de Filipo V de
Macedonia, donde permaneció como uno de los
mayores consejeros del monarca heleno.
Conquista de la península
ibérica (218-19 a. C.)
El conflicto de Roma con los cartagineses en las guerras púnicas les llevó a expandirse por la península ibérica, las actuales España y Portugal. El
imperio púnico de la familia bárcida consistía
en territorios de Iberia, gran parte del cual quedó bajo control romano durante
las guerras púnicas. Italia siguió siendo el principal teatro de la guerra
durante gran parte de la segunda guerra púnica, pero los romanos también intentaron destruir el imperio bárcida
en Iberia y evitar que los principales aliados púnicos conectaran con las
fuerzas de Italia.
Con los años, Roma se había
expandido gradualmente a lo largo de la costa sur de Iberia hasta capturar la
ciudad de Sagunto en 211 a. C. Tras dos importantes expediciones
militares a Iberia, los romanos terminaron aplastando el control cartaginés de
la península en 206 a. C., en la batalla de Ilipa, y la península pasó a ser una provincia de Roma conocida como Hispania. A partir
del 206 a. C., la única oposición al control romano de la península
provino de las propias tribus nativas celtíberas, que
debido a su falta de cohesión no consiguieron evitar la expansión romana.
Tras dos rebeliones a pequeña
escala en 197 a. C. y 195-194 a. C.
estalló la guerra entre los romanos y el pueblo lusitano, llamada guerra lusitana, en lo
que hoy es Portugal. En 179 a. C., los romanos habían conseguido
pacificar la mayor parte de la región y ponerla bajo su control.
Alrededor de 154 a. C., resurgió
una importante revuelta en Numancia, conocida
como la Primera Guerra Numantina, en la que se produjo una larga guerra de resistencia entre las
fuerzas en avance de la república romana y las tribus lusitanas de Hispania. El
pretor Serbio Sulpicio Galba y el procónsul Lucio Licinio Luculo llegaron en 151 a. C. y comenzaron el proceso de
dominar a la población local. Galba traicionó a los líderes lusitanos, a los
que había invitado a unas negociaciones de paz y que luego mató, en
150 a. C., dando un fin poco glorioso a la primera fase de la guerra.
Los lusitanos se sublevaron
de nuevo en 146 a. C. bajo un nuevo líder llamado Viriato, invadiendo
Turdetania (sur de España) en una guerra de guerrillas. Los lusitanos gozaron de un éxito inicial, venciendo al ejército
romano en la batalla de Tribola y saqueando Carpetania,136 y luego
venciendo a un segundo ejército romano en la Primera Batalla del Monte Venus, en 146 a. C., de nuevo saqueando una ciudad cercana (Segóbriga). En
144 a. C., el general Quinto Fabio Máximo
Emiliano hizo una exitosa campaña contra
los lusitanos, pero fracasó en sus intentos de arrestar a Viriato.
En 144 a. C.,
Viriato formó una liga contra Roma con varias tribus celtíberas y las persuadió para que se alzaran también contra Roma en la Segunda Guerra Numantina. La nueva coalición de Viriato venció a los ejércitos romanos en
la Segunda Batalla de Venus en 144 a. C.138 En
139 a. C. fue finalmente asesinado mientras dormía por tres de sus
compañeros, a los que roma había prometido recompensas. En 136 y
135 a. C. se hicieron otros intentos para obtener un control completo
sobre la región de Numancia, pero fracasaron. En 134 a. C., el cónsul
Escipión Emiliano consiguió finalmente suprimir la rebelión tras su exitoso sitio
de Numancia.
Como la invasión romana de la
península ibérica había comenzado en el sur con los territorios del
Mediterráneo controlados por los Bárcidas, la última región de la península en
quedar subyugada estaba muy al norte. Las guerras cántabras, o astur-cántabras, del 29 a. C. al 19 a. C.,
tuvieron lugar durante la conquista romana de estas provincias norteñas de Cantabria, Asturias, León y mitad norte de Zamora. Iberia
quedó completamente ocupada en 25 a. C. y la última revuelta fue
sofocada en 19 a. C.
Grecia y Macedonia
(215-148 a. C.)
La preocupación de Roma con
su guerra con Cartago le proporcionó a Filipo V de Macedonia, en el norte de Grecia, la
oportunidad de intentar extender su poder hacia el oeste. Filipo envió
embajadores al campamento de Aníbal en Italia para negociar una alianza como
enemigos comunes de Roma. Sin embargo, Roma descubrió este acuerdo cuando los
emisarios de Filipo, junto con los de Aníbal, fueron capturados por una flota
romana. Queriendo evitar que Filipo ayudara a Cartago en Italia o cualquier
otro lugar, Roma buscó aliados en Grecia para hacer una guerra por delegación
contra Macedonia, encontrándolos en la Liga Etolia de ciudades-estado
griegas en el Egeo en la actual Turquía, los ilirios al norte
de Macedonia y las ciudades-estado de Pérgamo y Rodas, que hoy en día
se encuentran en el Egeo en la actual Turquía.
En la Primera Guerra Macedónica, Roma solo se implicó directamente en algunas operaciones
terrestres, y cuando los etolios pidieron la paz con Filipo, la pequeña fuerza
expedicionaria romana, sin más aliados en Grecia, pero habiendo conseguido su
objetivo de mantener ocupado a Filipo y evitar que ayudara a Aníbal, estaba
lista para firmar la paz. Roma y Macedonia firmaron un tratado en Fenice en
205 a. C., que prometía a Roma una pequeña indemnización, y que
formalmente terminaba con la primera guerra macedónica.
En 200 a. C.,
Macedonia empezó a ocupar territorio reclamado por varias ciudades estado
griegas, y estas solicitaron ayuda de su nuevo aliado, Roma. Roma le dio a
Filipo un ultimátum por el que debía someter Macedonia para que fuera esencialmente
una provincia romana. Filipo, naturalmente, lo rechazó y, tras cierta renuencia
interna, Roma le declaró la guerra a Filipo en la Segunda Guerra Macedónica. En la Batalla del Aoo, las
fuerzas romanas de Tito Quincio Flaminino vencieron a los macedonios y en 197 a. C., en una
segunda batalla de mayor envergadura, bajo los mismos comandantes, la batalla de Cinoscéfalos, Flaminino volvió a vencer a los macedonios de forma contundente.
Macedonia se vio forzada a firmar un tratado por el que renunciaba a todos sus
reivindicaciones sobre el territorio de Grecia y Asia y tenía que pagar una
indemnización de guerra a Roma.
Entre la segunda y la tercera
guerra macedónica, Roma encaró más conflictos en la región debido a una
cambiante maraña de rivalidades, alianzas y ligas que buscaban obtener mayor
influencia. Después de la derrota de Macedonia en la segunda guerra macedónica
de 197 a. C., la ciudad-estado griega de Esparta entró en
el vacío de poder parcial de Grecia. Temiendo que los espartanos adquirieran un
control cada vez mayor de la región, los romanos recurrieron a la ayuda de sus
aliados para embarcarse en la guerra entre Roma y
Esparta, venciendo al ejército espartano
en la batalla de Gitión en
195 a. C. También lucharon con sus anteriores aliados, la Liga
Etolia, en la guerra etolia, contra los istrianos en la guerra istriana, contra los ilirios en las guerras ilíricas, y contra Acaya en la guerra acaya.
Luego Roma centró su atención
en Antíoco III del Imperio seléucida, al este. Tras unas lejanas campañas en Bactria, India, Persia y Judea, Antíoco se trasladó a Asia Menor y Tracia para
proteger varios pueblos costero, un movimiento que le llevó a entrar en
conflicto con los intereses romanos. Una fuerza romana bajo el mando de Manio Acilio Glabrio venció a Antíoco en la batalla de las Termópilas y le forzaron a evacuar Grecia: luego los romanos persiguieron a
los seléucidas más allá de Grecia, venciéndolos de nuevo en las batallas
navales de Eurimedonte y Mioneso, y finalmente en la decisiva batalla de Magnesia.
En 179 a. C.,
Filipo murió y su talentoso y ambicioso hijo, Perseo, tomó el trono y mostró un renovado interés en Grecia. También se
alió con los belicosos bastarnos, y tanto esto como sus acciones en Grecia violaron posiblemente
el tratado que firmó su padre con los romanos o, si no, ciertamente no era «comportarse
como debe hacerlo un subordinado [según Roma]». Roma le declaró de nuevo la
guerra a Macedonia, dando comienzo a la Tercera Guerra Macedónica. Inicialmente, Perseo tuvo más éxitos militares contra los
romanos que su padre, al ganar la batalla de Callicinus contra un ejército consular romano. Sin embargo, como con casi
todos estos atrevimientos de la época, Roma respondió simplemente enviando otro
ejército. El segundo ejército consular venció debidamente a los macedonios en
la batalla de Pidna en
168 a. C. y los macedonios, sin las reservas de que disponían los
romanos y con el rey Perseo capturado, capitularon, dando fin a la tercera
guerra macedónica.
La Cuarta Guerra Macedónica,
que tuvo lugar desde 150 a. C. hasta 148 a. C., fue la
guerra final entre Roma y Macedonia. Comenzó cuando Andrisco usurpó el
trono macedonio. Los romanos reunieron un ejército consular bajo el mando de Quinto Cecilio Metelo, que venció con rapidez a Andrisco en la Segunda Batalla de Pidna.
Guerra de Jugurta
(111-104 a. C.)
En las anteriores guerras
púnicas, Roma había obtenido grandes extensiones de territorio en África, que
consolidaron en los siglos posteriores y buena parte de él había sido concedido
al reino de Numidia, un reino de la costa norteafricana que se aproxima a la
actual Argelia, en pago por su ayuda militar del pasado. La guerra de Jugurta de
111–104 a. C. enfrentó a Roma contra Jugurta de Numidia y
constituyó la pacificación romana final del Norte de África, después de la cual
Roma dejó de expandirse en ese continente tras alcanzar las barreras naturales
de desierto y la montaña.
Tras la usurpación del trono
numidio – un aliado leal a Roma desde las guerras púnicas– por parte de
Jugurta, Roma se vio obligada a intervenir. Jugurta sobornó imprudentemente a los
romanos para que aceptaran su usurpación y se le
concedió la mitad del reino. Tras posteriores agresiones e intentos de soborno,
los romanos enviaron un ejército para hacerle frente. Los romanos fueron
derrotados en la batalla de Suthul
pero respondieron mejor en la batalla de Muthul y finalmente
vencieron a Jugurta en la batalla de Thala, la batalla de Mulucha, y la batalla de Cirta. Al
final, Jugurta fue capturado, no en batalla sino por traición y se dio fin a la
guerra.
Resurgimiento de la amenaza
celta (121-101 a. C.)
En 121 a. C., los
recuerdos de Roma siendo saqueada por las tribus celtas de la Galia todavía
estaban frescos a pesar de su distancia histórica, habiéndose convertido en un
relato legendario que se enseñaba a todas las generaciones de jóvenes romanos.
Sin embargo, Roma iba a enfrentarse a un resurgimiento de la amenaza celta dos
veces en los siguientes veinte años. Primero, en 121 a. C., Roma
entró en contacto con las tribus celtas de los alóbroges y los arvernos, ambas
vencidas con aparente facilidad en la Primera Batalla de Avignon, cerca del río Ródano, y en la Segunda Batalla de Avignon, aquel mismo año.
La guerra cimbria
(113-101 a. C.) fue un asunto mucho más serio que los enfrentamientos
de 121 a. C. Las tribus germánico-celtas de los cimbrios y los teutones emigraron desde el norte de Europa hacia los territorios norteños
de Roma, enfrentándose a Roma y sus aliados. La Guerra Cimbria fue la primera
vez desde la segunda guerra púnica que Italia y la propia Roma habían estado seriamente amenazadas y causó un gran miedo en Roma
durante un tiempo. Cuando los cimbrios le concedieron
involuntariamente un respiro a los romanos desviándose para saquear España, Roma
tuvo la oportunidad de prepararse cuidadosamente y enfrentarse con éxito a los
cimbrios, en la batalla de Aquae Sextae y la batalla de Vercelae.
Tensiones internas
(135-71 a. C.)
Las numerosas campañas en el
extranjero de los generales romanos y la recompensa a los soldados con los
saqueos de estas campañas provocó una tendencia general a que los soldados se
hicieran más leales a sus generales que al estado, y una voluntad de seguir a
sus generales hacia una batalla contra el estado. Además, Roma fue acosada por
varios levantamientos de esclavos durante este periodo, en parte porque durante
el siglo anterior se habían entregado muchas tierras para la agricultura en las
que los esclavos superaban ampliamente en número a sus amos romanos. En el
último siglo anterior a la era común tuvieron lugar al menos doce rebeliones.
Este patrón no cambió hasta que Octavio (más tarde César Augusto) terminó
con él al convertirse en un serio oponente a la autoridad del Senado y ser
nombrado princeps («emperador»).
Entre 135 a. C. y
71 a. C. tuvieron lugar tres guerras serviles:
levantamientos de esclavos contra el estado romano. La tercera, la más seria, involucró al final a entre 120.000 y 150.000
esclavos sublevados. Además, en 91 a. C.,
estalló la guerra social entre Roma y sus anteriores aliados en Italia, conocidos colectivamente
como los socii, por la oposición entre los aliados a compartir los
riesgos de las campañas militares romanas pero no sus recompensas. A pesar de
sufrir derrotas como la de la batalla del Lago Fucino, las tropas romanas vencieron a las milicias italianas
en varios enfrentamientos decisivos, especialmente la batalla de Asculum. Aunque perdieron militarmente, los socii lograron sus
objetivos con las proclamaciones de la Lex Julia y la Lex Plautia Papiria, que concedía la ciudadanía a más de 500.000 italianos.
Sin embargo, la tensión
interna alcanzó su mayor gravedad en las dos guerras civiles, o marchas sobre
Roma, del cónsul Lucio Cornelio Sila al comienzo de 82 a. C. En la batalla de la Puerta Colina, en la misma puerta de la ciudad de Roma, un ejército romano bajo
el mando de Sila venció a un ejército del senado romano, junto con algunos
aliados samnitas. Fueran cuales fueran sus quejas contra el poder, sus acciones
marcaron un hito en la disposición de las tropas romanas a hacer la guerra unos
contra otros, algo que allanaría el camino para las guerras del triunvirato, el
derrocamiento del Senado como la jefatura de
facto del estado romano, y la consiguiente usurpación endémica del
tardío Imperio.
Conflictos con Mitrídates
(89-63 a. C.)
Mitrídates el Grande fue rey del Ponto, un gran reino de Asia Menor, de
120 a. C. a 63 a. C. Se le recuerda como uno de los
enemigos de Roma más formidables y exitosos, que se enfrentó a tres de los
generales más importantes de la república romana tardía: Sila, Luculo y Pompeyo Magno.
Siguiendo el patrón familiar de las guerras púnicas, los romanos entraron en
conflicto con él cuando las esferas de influencia de los dos estados empezaron
a solaparse.
Mitrídates se enemistó con
Roma al intentar expandir su reino y Roma, por su parte, deseaba igualmente la
guerra, el botín y el prestigio que podría conllevar. Tras conquistar el oeste
de Anatolia (actual Turquía) en 88 a. C., las fuentes romanas
informan de que Mitrídates ordenó el asesinato de la mayoría de los 80.000
romanos que vivían allí. Puede que esta masacre fuera una gran exageración de
los romanos, pero fue la razón oficial dada para el comienzo de las
hostilidades de la Primera Guerra Mitridática.
El general romano Lucio Cornelio Sila forzó a Mitrídates a salir de Grecia tras la batalla de Queronea y la posterior batalla de Orcómeno, pero luego tuvo que regresar a Italia para responder a la
amenaza interna que planteaba su rival Mario: por tanto, Mitrídates VI fue
vencido pero no batido. Se firmó una paz entre Roma y Ponto, pero se demostró
que solo sería una tregua temporal.
La Segunda Guerra Mitridática dio comienzo cuando Roma intentó anexionarse Bitinia como provincia.
En la Tercera Guerra Mitridática se envió primero a Lucio Licinio Luculo y luego a Pompeyo Magno contra
Mitrídates. Finalmente, Mitrídates fue derrotado por Pompeyo en la nocturna Batalla del Lico.
Campaña contra los piratas
cilicios (67 a. C.)
En esta época, el
Mediterráneo había caído en manos de los piratas, en gran
parte de Cilicia. Roma había destruido muchos de los estados que solían patrullar
el Mediterráneo con sus flotas, pero no habían conseguido rellenar el hueco
dejado. Los piratas se habían aprovechado del vacío de poder relativo y no solo
habían estrangulado las rutas marítimas, sino que también habían saqueado
muchas ciudades de las costas de Grecia y Asia, y habían hecho desembarcos
incluso en la propia Italia.
Después de que el almirante
romano Marco Antonio fracasara en liquidar a los piratas para satisfacción de las autoridades
romanas, Pompeyo fue nombrado su sucesor como comandante de un destacamento
especial naval para hacer una campaña contra los piratas. Supuestamente a
Pompeyo le llevó sólo cuarenta días despejar de piratas la parte oeste del mar y
restaurar la comunicación entre España, África e Italia.
Plutarco describe cómo
Pompeyo primero barrió sus naves del Mediterráneo en una serie de pequeñas
acciones y con la promesa de rendir honor a las rendiciones de las ciudades y
los barcos. Luego siguió al cuerpo principal de los piratas hasta sus
fortalezas de la costa de Cilicia y las destruyó en la batalla naval de Coracesio.
Primeras campañas de César en
la Galia (59-50 a. C.)
Durante un periodo como
pretor en España, el contemporáneo de Pompeyo, Julio César, de la
familia romana Julia, venció a los galaicos y a los lusitanos en
batalla. Tras un periodo consular, le fue designado un periodo de cinco años
como gobernador proconsular de la Galia Transalpina (el
sudeste francés actual) y de Iliria (la costa
de Dalmacia). Descontento con un gobierno ocioso, César se esforzó por
encontrar una razón para invadir la Galia, lo que le proporcionaría el
espectacular éxito militar que buscaba. Para este fin, despertó las pesadillas
populares del primer saqueo de Roma por los galos y el espectro más reciente de
los cimbrios y los teutones. Cuando las tribus helvéticas y tigurinas empezaron
a migrar en una ruta que les llevaría cerca (no dentro) de la provincia romana
de la Galia Transalpina,
César halló la excusa, apenas
suficiente, para embarcarse en su guerra de las Galias, que tuvo lugar entre 58 a. C. y 49 a. C.
Tras masacrar a la tribu de los helvéticos, se embarcó en una campaña «larga,
amarga y costosa» contra otras tribus a lo
largo y ancho de la Galia, muchas de las cuales habían luchado junto a Roma
contra su enemigo común, los helvecios y
anexionó sus territorios a los de Roma. Plutarco afirma que esta campaña tuvo
un coste de un millón de vidas galas. Aunque «fieros y capaces» los galos tenían el handicap de su falta de cohesión interna, y
durante el curso de una década cayeron en una serie de batallas.
César venció a los helvecios en
58 a. C. en la batalla del Arar y en la batalla de Bibracte, a la confederación belga conocida como los belgae en la batalla del Aisne, a los nervios en
57 a. C. en la Batalla del Sambre, a los aquitanos, tréveros, téncteros, heduos y eburones en batallas desconocidas y a los vénetos en
56 a. C. En 55 a. C. y 54 a. C. hizo dos expediciones a
Britania. En 52 a. C., tras el asedio de Avaricum y una
serie de batallas poco decisivas, César venció a una unión de galos comandada
por Vercingetórix en la batalla de Alesia, completando la conquista romana de la Galia Transalpina. En
50 a. C., toda la Galia estaba en manos romanas. César registró
también su propio relato de estas campañas en sus Commentarii de Bello
Gallico (Comentarios sobre la Guerra de las Galias).
Galia nunca recuperó su
identidad celta, nunca intentó otra rebelión nacionalista y permaneció leal a
Roma hasta la caída del Imperio occidental en el 476. Sin embargo, aunque a
partir de entonces Galia permanecería leal, estaban apareciendo grietas en la
unidad política de las figuras gobernantes de Roma —en parte por una
preocupación sobre la lealtad de las tropas galas de César a su persona en
lugar de al estado— que pronto hundiría a Roma en
una larga serie de guerras civiles.
Triunviratos, ascensión de
César, revueltas y el triunfo de Octavio (53-30 a. C.)
En 59 a. C. se
formó una alianza política no oficial, conocida como primer triunvirato, entre Cayo Julio César, Marco Licinio Craso y Cneo Pompeyo Magno para
compartir poder e influencia. Siempre fue una alianza incómoda, ya que Craso y
Pompeyo sentían una intensa antipatía el uno por el otro. En
53 a. C., Craso lanzó una invasión romana del Imperio parto. Tras
unos éxitos iniciales, marchó con su ejército al interior del desierto; pero
allí quedó aislado en territorio enemigo, rodeado y masacrado en la batalla de Carrhae «la mayor derrota de Roma desde Aníbal», en la que murió el propio Craso. La muerte de Craso perturbó parte
del equilibrio del triunvirato y, consecuentemente, César y Pompeyo empezaron a
apartarse.
Mientras que César luchaba
contra Vercingetórix en Galia, Pompeyo aplicó en Roma una agenda legislativa
que como mucho era ambivalente con César y quizás
estaba aliado secretamente con los enemigos políticos de este. En
51 a. C., algunos senadores romanos exigieron que no se le permitiera
a César presentarse a cónsul a menos
que cediera el control de sus ejércitos al estado, y otras facciones hicieron
la misma demanda sobre Pompeyo. Renunciar a su ejército dejaría a César
indefenso frente a sus enemigos. César eligió la guerra civil a ceder su mando
y enfrentarse a un proceso. El triunvirato estaba deshecho y el conflicto era
inevitable.
Inicialmente, Pompeyo le
aseguró a Roma y al Senado que podría derrotar a César en batalla si este
marchaba sobre Roma. Sin embargo, en la primavera de 49 a. C., cuando
César cruzó el río Rubicón con sus fuerzas invasoras y barrió la península italiana hacia
Roma, Pompeyo ordenó la evacuación de Roma. El ejército de César no estaba en
su máximo esplendor, pues ciertas unidades permanecían en Galia, pero por otro
lado Pompeyo sólo tenía una pequeña fuerza bajo su mando, en la que algunos
soldados de lealtad dudosa habían servido al mando de César. Tom Holland
atribuye el deseo de Pompeyo de abandonar Roma a las olas de refugiados
aterrados que despertaron los miedos ancestrales de las invasiones del norte.
Las fuerzas de Pompeyo se
retiraron al sur, hacia Brindisi y luego embarcaron hacia Grecia. César dirigió su atención
primero al baluarte de Pompeyo en España pero tras
la campaña de César en el sitio de Massilia y la batalla de Ilerda, decidió enfrentarse al propio Pompeyo en Grecia. Pompeyo venció a
César en un principio en la batalla de Dirraquium en 48 a. C. pero fue derrotado contundentemente en la batalla de Farsalia en 48 a. C. a pesar de superar a las fuerzas de César
en dos a uno. Pompeyo embarcó de nuevo, esta vez a Egipto, donde fue asesinado
en un intento de congraciar al país con César y evitar
una guerra con Roma.
La muerte de Pompeyo no
supuso el fin de las guerras civiles, ya que los enemigos de César eran
multitud y los partidarios de Pompeyo siguieron luchando tras su muerte. En
46 a. C., César perdió quizás un tercio de su ejército cuando su
anterior comandante, Tito Labieno, que había huido con los pompeyanos varios años antes, le venció
en la batalla de Ruspina. Sin embargo, tras estas horas bajas, César regresó para vencer
al ejército pompeyano de Metelo Escipión en la batalla de Tapso, tras la cual los pompeyanos se retiraron de nuevo a España.
César venció a las fuerzas combinadas de Tuto Labieno y Cneo Pompeyo el Joven en la batalla de Munda, en España. Labieno murió en batalla y Pompeyo el Joven fue
capturado y ejecutado.
A pesar de sus éxitos
militares, o quizás a consecuencia de ellos, se extendió el miedo a que César,
que ahora era la figura principal del estado romano, se convirtiera en un
gobernante autocrático y terminara con la República romana. Este miedo llevó a un grupo de senadores que se hacían llamar Los
Liberadores a asesinarle en 44 a. C. Tras esto hubo una guerra
civil entre los leales a César y los que apoyaron las acciones de los
Liberadores.
El partidario de César, Marco Antonio,
reprendió a los asesinos y estalló la guerra entre las dos facciones. Antonio
fue denunciado como enemigo del pueblo y se le confió a Octavio el mando para
hacerle la guerra. En la batalla de Forum Gallorum, Antonio, sitiando al asesino de César, Décimo Junio Bruto Albino, en Módena, venció a las fuerzas del cónsul Vibio Pansa, que fue
asesinado, pero inmediatamente después Antonio fue derrotado por el ejército de
otro cónsul, Aulo Hircio. En la batalla de Mutina, Antonio fue derrotado de nuevo en batalla por Hircio, quien murió en ella. Aunque
Antonio no consiguió capturar Módena, Décimo Bruto fue asesinado poco después.
Octavio traicionó a su
partido y entró en relaciones con los cesáreos Antonio y Lépido, el 29 de noviembre de
43 a. C. se formó el Segundo Triunvirato, esta vez como figura oficial. En 42 a. C., los triunviros Marco
Antonio y Octavio lucharon la poco concluyente batalla de Filipos contra los asesinos de César Marco Bruto y Casio. Aunque Bruto venció a Octavio, Antonio venció a Casio, que se
suicidó. Bruto también se suicidó poco después.
Sin embargo, estalló de nuevo
la guerra civil cuando el Segundo Triunvirato de Octavio, Lépido y Marco
Antonio fracasó igual que el primero en cuanto hubieron desaparecido sus
oponentes. El ambicioso Octavio construyó una base de poder y luego lanzó una
campaña contra Marco Antonio. Junto a Lucio Antonio, el hermano de Marco
Antonio, Fulvia; levantó un ejército en Italia para luchar contra Octavio, pero fue
derrotado por Octavio en la batalla de Perugia. Su muerte produjo una reconciliación parcial entre Octavio y
Antonio, que prosiguió para aplastar al ejército de Sexto Pompeyo, el
último foco de oposición al segundo triunvirato, en la batalla naval de Nauloco.
Al igual que antes, una vez
que fue aplastada la oposición al triunvirato, este empezó a resquebrajarse. El
triunvirato expiró el último día de 33 a. C., no fue renovado por ley
y en 31 a. C. volvió a estallar la guerra. En la batalla de
Actium, Octavio venció
decisivamente a Antonio y Cleopatra en un
combate naval cerca de Grecia, utilizando el fuego para destruir la flota
enemiga.
A continuación Octavio se
convirtió en emperador de Roma bajo el nombre de Augusto y en
ausencia de asesinos políticos o usurpadores, consiguió expandir en gran medida
las fronteras del Imperio.
Expansión imperial
(40 a. C.-117 d. C.)
Bajo emperadores como Augusto o Trajano, y sin el
peligro de enemigos internos, Roma consiguió grandes aumentos territoriales
tanto en el este como en el oeste. En el oeste, tras una derrota a manos de las
tribus de los sicambros, tencterios yusipetos en 16 a. C., los ejércitos romanos hicieron ofensivas
hacia el norte y el este, fuera de la Galia, subyugando gran parte de Germania
hasta el río Elba. La sublevación de Pannonia en 6 d. C. obligó a los romanos a cancelar su plan de
cimentar su conquista de Germania invadiendo Bohemia, por el
momento. A pesar de perder un gran ejército en la famosa derrota de Varo a manos del
líder germánico Arminio en la batalla del bosque de Teutoburgo en 9 d. C., Roma se recuperó y continuó su expansión
más allá de los límites del mundo conocido.
Los ejércitos romanos de Germánico hicieron
varias campañas más contra las tribus germánicas de los marcomanos, hermunduros, catos, queruscos, brúcteros y marsos. Tras
superar varios motines en los ejércitos a lo largo del Rin, Germánico venció a
las tribus germanas de Arminio en una serie de batallas que culminaron en las batallas de Idistaviso y del Río Weser. No obstante
estas victorias, el entonces emperador Tiberio, desconfiado con las victorias
de su hijo adoptivo, decidió abandonar el territorio y establecer las legiones
sobre el Rin y el Danubio.
Tras unas invasiones preliminares
de pequeña escala en tiempos de César, romanos invadieron Britania a la fuerza
en 43 d. C., forzando su avance hacia el interior mediante diversas
batallas contra las tribus británicas, incluyendo la batalla de Medway, la batalla del Támesis, la batalla de Caer Caradock y la batalla de Mona. Tras un
levantamiento generalizado en el que los británicos saquearon Camulodunum, Verulamium y Londinium, los romanos aplastaron la rebelión en la batalla de Watling Street y continuaron su ofensiva hacia al norte llegando a alcanzar el
centro de Escocia en la batalla del Monte Graupio. Las tribus que había en la Escocia y el norte de Inglaterra
actuales se sublevaron repetidamente contra el gobierno de Roma y se establecieron
dos bases militares en Britania para protegerse de las sublevaciones y las incursiones desde el
norte, donde las tropas romanas construyeron el muro de Adriano.
En el continente, la
extensión de las fronteras del Imperio más allá del Rin aguantaron durante un
tiempo, con el emperador Calígula
aparentemente empeñado en invadir Germania en 39 d. C., y Cneo Domicio Corbulón cruzando el Rin en 47 d. C. y marchando sobre el
territorio de los frisios y los caucos antes de que el
sucesor de Calígula, Claudio, ordenara la suspensión de todos los ataques al otro lado del
Rin, estableciendo lo que se convertiría en el límite permanente de la
expansión del Imperio en esa dirección
Guerras
dacias (85-101
Más al este, Trajano dirigió
su atención a Dacia, una región al norte de Macedonia y Grecia y al este del Danubio
que había estado en el punto de mira de Roma desde antes de los tiempos de
César cuando derrotaron a un ejército romano en la batalla de Istria. En 85,
los dacios se habían extendido sobre el Danubio y saqueado Moesia y en un
principio derrotaron a un ejército que envió el emperador Domiciano contra
ellos, pero los romanos fueron victoriosos en la batalla de Tapae en 88,
tras lo cual se decretó una tregua.
El emperador Trajano retomó
las hostilidades contra Dacia y, tras una serie de batallas de incierto
resultado, venció al general daciano Decébalo en la segunda batalla de Tapae en 101. Con
las tropas de Trajano avanzando hacia la capital de Dacia, Sarmizegetusa, Decébalo
volvió a negociar condiciones. Decébalo reconstruyó su poder durante los años
siguientes y atacó de nuevo a las guarniciones romanas en 101. En respuesta,
Trajano volvió a marchar sobre Dacia, asediando la capital y arrasándola hasta
los cimientos.
Estando Dacia sofocada,
posteriormente Trajano invadió el Imperio parto hacia el este, llevando al
Imperio romano a su mayor extensión. Durante un tiempo, las fronteras de Roma en
el este estaban gobernadas indirectamente mediante un sistema de estados satélites, dando lugar a una menor cantidad de campañas militares directas
que en el oeste en ese periodo.
La tierra de Armenia entre el
mar Negro y el mar Caspio se convirtió en el foco de contención entre el Imperio romano y
el parto, el control de la región se ganaba y perdía repetidamente. Los partos
forzaron a Armenia a someterse a partir del 37 pero en el año 47 los romanos
recuperaron el control del reino y le ofrecieron el estatus de reino satélite. Con Nerón, los romanos lucharon una campaña entre 55 y 63 contra
el Imperio parto, que había invadido Armenia de nuevo. Tras recuperar una vez
más Armenia en el 60 y posteriormente perderla en el 62, los romanos enviaron a
Corbulón en 63 hacia los territorios de Vologases I de
Partia. Corbulón tuvo éxito recuperando
el estado de satélite de Roma para Armenia, que se mantuvo en alianza romana
hasta el siglo siguiente.
El año de los cuatro
emperadores: Oton, Vitelio, Vespasiano y Civilis (69)
En 69, Marco Salvio Otón hizo que asesinaran al emperador Galba y reclamó el trono. Sin embargo, Vitelio,
gobernador de la provincia de Germania Inferior, también
había reclamado el trono y marchó sobre Roma con sus tropas. una batalla poco
decisiva cerca de Antípolis (actual Antibes), tropas
de Vitelio atacaron la ciudad de Placentia, pero
fueron repelidas por la guarnición de Otón.
Otón abandonó Roma el 14 de
marzo y marchó al norte hacia Placentia para enfrentarse a su opositor. En la batalla de Locus Castrorum, las tropas de Otón hicieron que las tropas de Vitelio se
retiraran hacia Cremona. Los dos ejércitos se volvieron a enfrentar en la Via
Postunia, en la primera batalla de Bedriacum, tras la cual las tropas de Otón huyeron hacia su campamento en
Bedriacum y al día siguiente se rindieron ante las tropas de Vitelio. Otón
decidió suicidarse en lugar de seguir luchando.
Mientras tanto, las fuerzas
apostadas en las provincias de Oriente Medio de Judea y Siria habían aclamado a Vespasiano como
emperadory los ejércitos del Danubio de las provincias de Recia y Moesia también
aclamaron a Vespasiano como emperador. Los ejércitos de Vespasiano y Vitelio se
enfrentaron en la segunda batalla de Bedriacum, tras la que las tropas de Vitelio fueron repelidas hacia su
campamento al exterior de Cremona, que fue tomado. Luego las tropas de
Vespasiano atacaron a la propia Cremona, que se rindió.
Con la pretensión de
alinearse con Vespasiano, Civilis de Batavia se alzó
en armas e indujo a los habitantes de su país natal a sublevarse.
Inmediatamente se unieron a los batavios
sublevados una serie de tribus germanas vecinas, incluyendo a los frisios. Estas
fuerzas expulsaron a las guarniciones romanas cercanas al Rin y vencieron a un
ejército romano en la batalla de Castra Vetera, tras la cual muchas tropas romanas a lo largo del Rin y de la
Galia se unieron a la causa batavia. Sin embargo, pronto surgieron disputas
entre las distintas tribus, haciendo imposible la cooperación; Vespasiano, tras
haber terminado exitosamente con la guerra civil, le pidió a Civilis que
depusiera las armas y, tras su negativa, se enfrentó a él en batalla, venciéndole
en la batalla de Augusta Treverorum.
Revueltas judías, la primera
y segunda guerra judía-romana (66-135)
La Primera Guerra Judía-Romana, a veces llamada la gran revuelta judía, fue la primera de las
tres rebeliones importantes que protagonizaron los judíos de la provincia de
Judea contra el Imperio romano. Judea ya era una región problemática con una
encarnizada violencia entre varias sectas judías enemigas y tenía una larga historia de rebeliones. La furia de los judíos se dirigió hacia Roma tras unos robos en
sus templos y ante la insensibilidad de Roma —Tácito dice repugnancia y
repulsión— hacia su religión nonoteista.
Los judíos empezaron a
preparar una sublevación armada. Éxitos anteriores, incluyendo el rechazo con
el primer asedio a Jerusalén
y la batalla de Beth-Horon, sólo atrajeron una mayor atención de Roma y el emperador Nerón
designó al general Vespasiano para que aplastara la rebelión. Vespasiano
condujo sus fuerzas a una limpieza metódica de las zonas sublevadas. En el año
68, la resistencia judía del norte había sido aplastada. Unos cuantos pueblos y
ciudades resistieron algunos años más antes de caer en manos de los romanos,
llevando al asedio de Masada en 73 y al segundo asedio de
Jerusalén.
En 115 hubo disturbios en las
comunidades judías establecidas fuera de la provincia, como Cirenica, Chipre y
Alejandría produciéndose la Segunda Guerra Judía-Romana, conocida como guerra de Kitos o la
rebelión del exilio, y en 132 una rebelión en Judea, que duró tres años, en lo
que se conoce como rebelión de Bar Kojba. Ambas fueron aplastadas brutalmente.
Conflicto con Partia
(161-217)
Durante el siglo II los
territorios de Persia estaban controlados por la dinastía arsácida y se
conocían como el Imperio parto. Debido en gran parte al empleo de una poderosa caballería pesada
y de jinetes arqueros, Partia era el enemigo más formidable del Imperio romano
en el este. Muy pronto, en 53 a. C., el general romano Craso había
invadido Partia, pero fue derrotado en la batalla de Carrhae. En los años que siguieron a esta batalla, los romanos estuvieron
divididos por una guerra civil y por tanto no fueron capaces de hacer una
campaña contra Partia. Trajano también hizo campaña contra los partos y capturó brevemente su
capital, colocando un gobernador marioneta en el trono, pero sublevaciones en
esa provincia y las revueltas judías dificultaron mantener la provincia y los
territorios fueron abandonados.
En 161, un Imperio parto
revitalizado renovó su asalto, venciendo a dos ejércitos romanos e invadiendo
Armenia y Siria. El emperador Lucio Vero y el
general Avidio Casio fueron al encuentro de la resurgente Partia en 162. En esta
guerra, la ciudad parta de Seleucia fue destruida y el palacio de la capital Ctesifonte fue
incendiado hasta los cimientos por Avidio Casio en 164. Los partos firmaron la
paz pero se vieron obligados a ceder a los romanos la parte occidental de
Mesopotamia.
En 197, el emperador Septimio Severo luchó una
breve y exitosa guerra contra el Imperio parto en represalia por el apoyo que
le dieron a su rival por el trono imperial Pescenio Níger. La capital parta, Ctesifonte, fue saqueada por el ejército
romano y la mitad septentrional de Mesopotamia volvió a manos romanas.
El emperador Caracalla, hijo de
Severo, marchó desde Edesa sobre Partia en 217 para iniciar una guerra contra ellos, pero
fue asesinado durante esta marcha. En 224, el Imperio parto fue aplastado no
por los romanos sino por el rey vasallo Ardacher, que se
sublevó y dio lugar a la fundación del Imperio sasánida de Persia que sustituyó a Partia como el principal rival de Roma
en el este.
A lo largo de las guerras
partas, los grupos tribales del Rin y el Danubio se
aprovecharon de la preocupación de Roma por la frontera oriental (y la plaga
que sufrieron los romanos) y lanzaron una serie de asaltos e incursiones en los
territorios romanos, incluyendo las guerras marcomanas.
Periodo de las migraciones
(163-378)
Tras la derrota de Varo en
Germania en el siglo I, Roma había adoptado una estrategia principalmente
defensiva a lo largo de la frontera con Germania, construyendo una línea de
defensas conocidas como limes a lo largo del Rin. Aunque la historicidad exacta no está clara,
ya que los romanos le solían asignar un mismo nombre a varios grupos tribales
distintos o, a la inversa, le aplicaban varios nombres a un mismo grupo en
tiempos distintos, cierta mezcla de pueblos germánicos, celtas y tribus de
etnia mixta celta-germánica se establecieron en las tierras de Germania desde
el siglo I en adelante.
En el siglo III, los queruscos, brúcteros, tencterios, usipetos, marsos y catos de la época de Varo, bien habían evolucionado, bien habían sido
desplazados por una confederación o alianza de tribus germánicas conocidas
colectivamente como los alamanes, mencionados por primera vez por
Dión Casio en su descripción de la campaña de Caracalla en el 213.
Alrededor de 166, varias
tribus germánicas cruzaron el Danubio, alcanzando la propia Italia en el asedio de Aquilea en 166 y el centro de Grecia en el saqueo de Eleusis.
Aunque el problema esencial
de los grandes grupos tribales de la frontera seguía siendo muy parecido a la
situación que encaró Roma en siglos anteriores, el siglo III vivió un
marcado aumento en la amenaza en general, aunque hay desacuerdos sobre si se
incrementó la presión externa o simplemente declinó
la capacidad de Roma para enfrentarse a ella. Los carpianos y los sármatas, a
quienes los romanos mantenían a raya, fueron reemplazados por los godos, de la misma
manera que los cuados y los marcomanos que habían sido derrotados por Roma fueron reemplazados por la
confederación de los alamanes.
Los asentamientos alamanes
cruzaban con frecuencia los limes, atacando Germania Superior de manera
que estaban casi todo el tiempo en conflicto con el Imperio romano, mientras
que los godos atacaban cruzando el Danubio en batallas como la batalla de Beroa, la batalla de Philippopolis
en el 250 y la batalla de Abrito en el 251. Tanto los godos como los hérulos
devastaron el Egeo y mas tarde Grecia, Tracia y Macedonia. Sin embargo, su
primer asalto de importancia al interior del territorio romano tuvo lugar en
268. Ese año los romanos se vieron obligados a despojar de tropas su frontera
germana en respuesta a una invasión masiva de otra confederación germánica
tribal, los godos, en el este.
La presión de los grupos
tribales sobre el imperio era el resultado de una cadena de migraciones con sus
raíces muy al este: los hunos de Asia que
provenían de la estepa rusa atacaron a los godos que, a su
vez, atacaron a los dacios, alanos y sármatas en las fronteras romanas o dentro de ellas. Los godos aparecieron por
primera vez en la historia como pueblo distintivo en esta invasión de año 268,
cuando poblaron la península balcánica e invadieron las provincias romanas de
Panonia e Ilírico e incluso amenazaron a la propia Italia.
Los alamanes aprovecharon la
oportunidad para lanzar una invasión a gran escala de la Galia y el norte de
Italia. Sin embargo, los godos fueron derrotados en batalla ese verano cerca de
la frontera actual entre Italia y Eslovenia y luego repelidos en la batalla de Naisso
en septiembre por Galieno, Claudio II y Aureliano, que
luego se revolvieron y derrotaron a los alamanes en la batalla del Lago de Benaco. El sucesor de Claudio, Aureliano, derrotó a los godos dos veces
más en la batalla de Fano y en la batalla de Ticino. Los
godos siguieron siendo una importante amenaza para el Imperio, pero dirigieron
sus ataques lejos de Italia durante varios años tras su derrota. En el 284, las
tropas godas servían en nombre del ejército romano como tropas federadas.
Por otro lado, los alamanes
reanudaron su empuje hacia Italia casi inmediatamente. Vencieron a Aureliano en la batalla de Placentia en 271, pero fueron derrotados en las batallas de Fano y Pavía ese mismo
año. Fueron derrotados de nuevo en el 298 en las batallas de Lingones y Vindonissa, pero
cincuenta años después volvieron a resurgir, haciendo incursiones en el 356 en
la batalla de Reims, en 357
en la batalla de Argentoratum, en 367 en la batalla de Solicinium y en 378 en la batalla de Argentovaria. Ese mismo año, los godos infligieron una aplastante derrota al
Imperio de Oriente en la batalla de Adrianópolis, en la que el emperador Valente fue
masacrado junto con decenas de miles de tropas romanas.
Al mismo tiempo, los francos hacían
incursiones cruzando el mar del Norte y el canal de la Mancha, los vándalos
presionaban en el Rin, los yutungos en el Danubio, los yacigos, carpianos y taifalos acosaban a Dacia. Los gépidos se
unieron a los godos y hérulos en sus ataque alrededor del mar Negro.
Aproximadamente al mismo tiempo, tribus menos conocidas como los bávaros, bacuatos y quinquegentanos
asaltaban África.
Al comienzo del siglo V,
la presión sobre las fronteras occidentales de Roma se hacía cada vez más
intensa. Sin embargo, la frontera occidental no era lo único amenazado: Roma
también padecía amenazas internas y en sus fronteras orientales.
Los usurpadores (193-394)
El hecho de que un militar
soliese preferir apoyar a su comandante antes que a su emperador, significaba
que los comandantes podían tomar el control absoluto del ejército del que eran
responsables y usurpar el trono imperial. La famosa crisis del siglo III
describe la tumultuosa mezcla de asesinato, usurpación y
lucha interna cuyo inicio se asocia tradicionalmente al asesinato del emperador
Alejandro Severo en 235. Sin embargo, Dión Casio coloca el
inicio del declive imperial en 180 con la ascensión de Cómodo al trono,
una opinión con la que Gibbon estaba de
acuerdo, pero Matyszak afirma que «la descomposición... se había establecido mucho
antes».
Aunque la crisis del
siglo III no fue el comienzo absoluto del declive de Roma, sí marcó una
gran presión sobre el imperio al embarcarse los romanos en una guerra tras otra
con una intensidad desconocida desde los últimos días de la República. En el
espacio de un siglo, veintisiete oficiales militares se proclamaron emperadores
y reinaron en partes del imperio durante meses o días, y todos ellos, menos
dos, murieron violentamente.
La época estuvo caracterizada
por un ejército romano que lo mismo se atacaba a sí mismo que a un invasor
externo, situación que alcanzó su punto crítico en 256. Irónicamente, aunque estas usurpaciones fueron las que condujeron
a la ruptura del imperio durante la crisis, fue la fuerza de varios generales
de las fronteras la que ayudó a reunificar el imperio mediante la fuerza de las
armas.
La situación era compleja, a
menudo con tres o más usurpadores existiendo al mismo tiempo. Septimio Severo y Pescenio Níger, ambos generales rebeldes promocionados a emperador por las
tropas que comandaban, se enfrentaron por primera vez en 193 en la batalla de Cícico, en la
que Níger fue derrotado. Sin embargo, hicieron falta dos derrotas más en la batalla de Nicea ese mismo año y en la batalla de Issos el año
siguiente para que Níger fuera derrotado definitivamente.
Casi inmediatamente después
de que las esperanzas de Níger al trono imperial hubieran sido echadas por
tierra, Severo se vio obligado a ocuparse de otro rival al trono en la persona
de Clodio Albino, que en un principio había sido un aliado de Severo. Albino fue
proclamado emperador por sus tropas en Britania y, cruzando hacia la Galia,
venció al general de Severo Virio Lupo en
batalla, pero posteriormente fue derrotado y se suicidó en la batalla de Lugdunum por el propio Severo.
Tras este tiempo revuelto,
Severo no tuvo más amenazas internas durante el resto de su reinado y el
reinado de su sucesor Caracalla transcurrió sin interrupciones hasta que fue asesinado por Macrino que se
proclamó emperador. Aunque la posición de Macrino fue ratificada por el senado
de Roma, las tropas de Vario Avito le declararon
a él como emperador y ambos se enfrentaron en la batalla de Antioquía en 218, en la que Macrino fue derrotado.
El propio Avito —que asumió
el nombre imperial de Heliogábalo— fue asesinado poco después y Alejandro Severo, que fue proclamado emperador tanto por la guardia pretoriana
como por el Senado, fue asesinado también tras un corto reinado. Sus asesinos
trabajaban en nombre del ejército, que estaba descontento con su paga,
colocando en su lugar a Maximino el Tracio.
Poco después de haber sido
aclamado emperador por el ejército, Maximino fue derrocado también por él y, a
pesar de ganar la batalla de Cartago contra el emperador recién proclamado por el Senado, Gordiano II, fue
asesinado cuando a sus tropas les pareció que
no sería capaz de superar al siguiente candidato senatorial, Gordiano III.
El destino de
Gordiano III no está claro, aunque podría haber sido asesinado por su
propio sucesor, Filipo el Árabe, que gobernó sólo unos pocos años hasta que, de nuevo, el
ejército proclamó a un general como emperador, esta vez a Decio, que derrotó a
Filipo en la batalla de Verona para
obtener el trono. Varios generales de éxito evitaron luchar contra los
usurpadores por el trono, sobre todo porque eran asesinados por sus propias
tropas antes de que tuvieran oportunidad de comenzar la batalla, lo que al
menos liberó momentáneamente al imperio de las pérdidas de hombres por causa de
disputas internas. La única excepción a esta regla fue Galieno,
emperador desde 260 a 268, que debió enfrentarse a una notable cantidad de
usurpadores, a la mayoría de los cuales venció en batalla campal.
El ejército permaneció en
esta tesitura hasta 273, cuando Aureliano venció al usurpador gálico Tétrico en la batalla de Chalons. La década siguiente presenció un número de usurpadores casi
increíble, a veces tres al mismo tiempo, todos luchando por el trono imperial.
La mayoría de las batallas no están registradas, sobre todo por lo revuelto de
esta época, hasta que Diocleciano, él mismo un usurpador, venció a Carino en la batalla del Margus para convertirse emperador.
En este momento se restauró
cierta estabilidad, con el imperio dividido en una tetrarquía de dos
emperadores importantes y dos menores, un sistema que evitó las guerras civiles
durante un periodo corto de tiempo, hasta 312. En ese año, las relaciones entre
las distintas partes de la tetrarquía se derrumbaron completamente y Constantino I, Licinio, Majencio y Maximino Daya pelearon por el control del Imperio. En la batalla de Turín,
Constantino derrotó a Majencio y en la batalla de Tzirallum Licinio venció a Maximino. A partir de 314, Constantino venció a
Licinio en la batalla de Cibalae, luego en la batalla de Mardia y mas
tarde en la batalla de Adrianópolis, la batalla de Helesponto y la batalla de Crisópolis.
Luego Constantino se ocupó de
Majencio, venciéndole en la batalla de Verona y la batalla del Puente Milvio el mismo año. El hijo de Constantino, Constancio II, heredó
el gobierno de su padre y venció al usurpador Magnencio primero
en la batalla de Mursa Maior y luego en la batalla de Mons Seleucus.
Los emperadores siguientes Valente y Teodosio I también
vencieron a otros usurpadores en la batalla de Tiatira, Sava y del Frígido
respectivamente.
Conflicto con el Imperio
sasánida (230-363)
Tras desbaratar la
confederación parta, el Imperio sasánida que surgió de los restos siguió una política expansionista más
agresiva que la de sus predecesores y siguió
haciéndole la guerra a Roma. En 230, el primer emperador sasánida atacó
territorio romano primero en Armenia y luego
en Mesopotamia, pero las pérdidas romanas fueron reemplazadas por Severo en pocos
años. En el 243, el ejército del emperador Gordiano III recuperó
las ciudades romanas de Hatra, Nibisis y Carrhae de manos de los sasánidas tras
vencerles en la batalla de Resaena, pero lo que sucedió después no está claro: fuentes persas
afirman que Gordiano fue vencido y asesinado en la batalla de Misikhe. Fuentes romanas
mencionan esta batalla sólo como un contratiempo insignificante y sugieren que
Gordiano murió en otras circunstancias.
Desde luego, los sasánidas no
se habían intimidado ante las batallas anteriores con Roma y en 253, bajo el
mando de Sapor I, penetraron varias veces
muy adentro del territorio romano,
venciendo a una fuerza romana en la batalla de Barbalissos y conquistando y saqueando Antioquía en el 252 tras el asedio de la ciudad. Los romanos recuperaron Antioquía en 253 y el emperador
Valeriano reunió un ejército y marchó al este hacia la frontera sasánida. En
260, en la batalla de Edesa, los
sasánidas derrotaron al ejército romano y
capturaron al emperador Valeriano.
Hubo una paz duradera entre
Roma y el Imperio sasánida entre 297 y 337, tras la firma de un tratado entre Narsés y el emperador Diocleciano. Sin
embargo, justo después de la muerte de Constantino I en 337, Sapor II rompió la paz y dio
comienzo a un conflicto de veintiséis
años, intentando sin éxito conquistar las fortificaciones romanas de la región.
Tras unos éxitos sasánidas iniciales, incluyendo el sitio de Amida en 359 y
el asedio de Pirisabora en 363, el emperador Juliano el Apóstata se enfrentó a Sapor en 363 en la batalla de Ctesifonte fuera de los muros de la capital persa. Los romanos resultaron
victoriosos pero fueron incapaces de tomar la ciudad y se vieron obligados a
retirarse debido a su posición vulnerable en medio de un territorio hostil.
Juliano fue muerto en la batalla de Samarra durante la retirada, posiblemente a manos de uno de sus hombres.
Hubo varias guerras más,
aunque todas ellas breves y de poca escala, ya que tanto los romanos como los
sasánidas se vieron forzados a ocuparse de amenazas provenientes de otras
direcciones durante el siglo V. Un conflicto contra Bahram V en 420
por la persecución de los cristianos en Persia condujo a una breve guerra que
concluyó rápidamente con un tratado y, en 441, una guerra contra Yezdegard II también
concluyó rápidamente con un tratado al necesitar ambos bandos luchar contra
amenazas provenientes de otros sitios.
Colapso del Imperio de
Occidente (402-476)
Se han propuesto muchas
teorías para tratar de explicar la decadencia del Imperio
romano y muchas fechas para su caída,
desde el comienzo de su declive en el siglo III a la caída de Constantinopla en 1453. Sin embargo, militarmente el imperio cayó, en primer lugar, tras
ser invadido por varios pueblos no romanos y, luego, después de que su núcleo
italiano fuera tomado por tropas germánicas sublevadas. La historicidad y las
fechas exactas son inciertas y algunos historiadores niegan que el Imperio cayera
en este momento. Pueden sostener esa posición porque la decadencia del Imperio
fue un proceso largo, más que un suceso concreto.
La naturaleza menos
romanizada y más germánica del Imperio fue gradual: aunque se tambaleó con el
asalto visigodo, el derrocamiento del último emperador, Rómulo Augusto, fue llevado a cabo por tropas germánicas federadas del propio
ejército romano, en lugar de por tropas extranjeras. En este sentido, si Odoacro no
hubiera renunciado al título de emperador para nombrarse «rey de Italia», el
imperio podría haber continuado, al menos en nombre. Sin embargo, su identidad
ya no era romana —estaba cada vez más poblado y gobernado por pueblos
germánicos desde mucho antes de 476—. El pueblo
romano, en el siglo V, estaba «privado de su
ethos militar»y el propio ejército romano era un mero suplemento de las
tropas federadas de godos, hunos, francos y otros que luchaban en su nombre.
El último estertor de Roma se
produjo cuando los visigodos se sublevaron en 395. Liderados por Alarico I,
intentaron tomar Constantinopla, pero fueron repelidos y en su lugar saquearon
gran parte de Tracia en el norte de Grecia. En el 402, sitiaron Mediolanum, la
capital del emperador romano Honorio,
defendida por tropas godas romanas. La llegada del romano Estilicón y su
ejército forzó a Alarico a romper el asedio y trasladarse hacia Hasta (la Asti actual), en el
oeste de Italia, donde Estilicón le atacó en la batalla de Pollentia, capturando el campamento de Alarico. Estilicón le ofreció
devolver los prisioneros a cambio de que los visigodos regresaran a Ilírico,
pero al llegar a Verona, Alarico detuvo su retirada. Estilicón volvió a
atacarle en la batalla de Verona y de nuevo derrotó a Alarico, obligándole a retirarse de Italia.
En el 405, los ostrogodos
invadieron Italia, pero fueron derrotados. Sin embargo, en 406, un número de
tribus sin precedentes se aprovechó de la congelación del Rin para cruzar en
masa: vándalos, suevos, alanos y burgundios se extendieron cruzando el río y encontraron poca resistencia en
el saqueo de Moguntiacum y el saqueo de Tréveris, invadiendo completamente la Galia. A pesar de este grave
peligro, o quizás a causa de él, el ejército romano siguió sufriendo
usurpaciones, en una de las cuales murió Estilicón, el principal defensor de
Roma durante este periodo.
Este clima propició que, a pesar
del revés sufrido anteriormente, regresara Alarico en 410 y consiguiera saquear Roma. La capital romana se había trasladado ya a la ciudad italiana de
Rávena, pero algunos historiadores perciben que 410 fue la fecha
alternativa para la verdadera caída del Imperio romano. Sin poseer Roma ni
muchas de sus anteriores provincias, y con una naturaleza cada vez más
germánica, el Imperio romano posterior a 410 tenía poco en común con el Imperio
anterior. En 410, Britania estaba prácticamente despojada de tropas romanas y
en el 425 ya no era parte del Imperio. Gran parte del oeste de Europa estaba
acosado «por todo tipo de calamidades y
desastres», terminando en manos de reinados
bárbaros de vándalos, suevos, visigodos y burgundios.
El resto del territorio
romano, si no su propia naturaleza, fue defendido durante las décadas
posteriores a 410 principalmente por Flavio Aecio, que
consiguió enfrentar a todos los invasores bárbaros los unos con los otros: en el
436 lideró un
ejército huno contra los visigodos en la batalla de Arlés y de
nuevo en 436 en la batalla de Narbona; luego en 451 lideró un ejército combinado que incluía a sus anteriores
enemigos, los visigodos, contra los hunos en la batalla de los Campos Cataláunicos, derrotándoles con tanta contundencia que, aunque posteriormente
saquearon Concordia, Altinum, Mediolanum, Ticinum y Patavium, nunca volvieron a amenazar directamente a Roma. A pesar de ser
el único campeón del Imperio de esta época, Aecio fue asesinado por el propio
emperador Valentiniano III, llevando a Sidonio Apolinar a
observar: «Ignoro, señor, sus motivos o
provocaciones: sólo sé que ha actuado como un hombre que se ha cortado su mano
derecha con la izquierda».
Cartago, la segunda ciudad
más grande del imperio, se perdió junto con gran parte del Norte de África en
439 a manos de los vándalos y el destino de Roma pareció sellado. En 476, lo que quedaba del
imperio estaba completamente en manos de tropas federadas germánicas. Cuando se
sublevaron liderados por Odoacro y depusieron al emperador Rómulo Augusto, no había nadie para detenerles.
Odoacro controlaba la parte
del Imperio cercana a Italia y Roma, pero otras partes del mismo estaban
gobernadas por visigodos, ostrogodos, francos, alanos y otros. El Imperio de
Occidente había caído y sus restos italianos ya no eran de naturaleza romana.
El Imperio bizantino y los godos continuaron luchando por Roma y sus alrededores
durante muchos años, aunque a esas alturas la importancia de Roma era
insignificante. Tras años de guerras desgastadoras, en el 540 la ciudad estaba
prácticamente abandonada y desolada y gran parte de su entorno se había
convertido en una ciénaga malsana: un final poco glorioso para una ciudad que
había gobernado gran parte del mundo conocido.
En este punto, la historia
militar romana se convierte en la historia militar
bizantina.
Valoraciones
Hay pocos ejércitos, antiguos o modernos,
que hayan combatido tan extensamente y durante tan largo tiempo como el
ejército romano. A pesar de la famosa afirmación de Napoleón de que «Los galos no fueron conquistados por los
[ejércitos] romanos, sino por César», no es
menos cierto que los romanos estaban dispuestos a soportar tremendas pérdidas humanas
en el ejercicio de sus campañas. Aunque los generales romanos solían compartir
el destino de sus soldados, fue de los millones de soldados del ejército romano
de donde surgió el mayor sacrificio y, durante gran parte de la historia de
Roma, sus soldados lucharon leal y desinteresadamente por el estado y sus
hogares.
Sin embargo, en el Bajo
Imperio, los soldados seguían a sus comandantes poco más que por la promesa de
oro: aun así, y a pesar de que Roma debía hacer frente a grandes amenazas
externas, hubieran sido capaces de resistirlas si no se hubieran visto
obligados a combatir entre ellos mismos tan a menudo y si sus generales no
hubieran conspirado para usurpar el trono en lugar de apoyarlo.
Aunque la opinión tradicional ha
sido que la expansión romana fue una empresa noble justificada porque «portaba la antorcha de la civilización
hacia la oscuridad bárbara»,recientemente ha surgido una opinión
alternativa que sostiene que el florecimiento de Roma que siguió a su expansión
militar tuvo lugar sólo a expensas de la extinción de otras culturas emergentes
y vigorosas, como los celtas y los dacios. Quizás el mismo hecho de que gran parte del legado, leyes,
instituciones y conceptos de la vida occidental estén influidos por una Roma de
la que hemos heredado tanto engendre la idea
de que Roma era la única cultura que tenía algo que ofrecer —que no se perdió
mucho con esas culturas que extinguieron los ejércitos romanos— y esconda el
hecho de que gran parte de Europa se desarrolló a partir un monocultivo
romano.